sábado, 13 de marzo de 2010

13. El Ecumenismo y la Contextualidad

XII. EL ECUMENISMO Y LA CONTEXTUALIDAD


1. Las amenazas a la unidad del cuerpo de Cristo no emergen tan solamente del disenso doctrinal, ético o estructural. Proceden también del contexto, esto es de la realidad vivencial de la comunidad y de las personas. De múltiples formas, el mundo circundante se proyecta en la manera de concebir, manifestar y vivir la fe. Contextos diferentes pueden abrir profundas brechas en la comunión humana y agobiar la convivencia. Basta recordar la tan mencionada tensión entre Primer y Tercer Mundo. A pesar de profesar la misma fe, es común percibir un sentimiento de distancia entre los respectivos exponentes. En América Latina la religiosidad tiene otro colorido, otras manifestaciones, que en Europa. Este es un fenómeno que debe recibir mayor atención de la que solía recibir en el esfuerzo ecuménico.
2. Toda teología es contextual; lo mismo vale para la piedad. Ambas traen las marcas de su lugar de origen, su “Sitz im leben”. No existe una expresión de la fe que sea “perenne”, “atemporal”, “ahistórica”, “acósmica”, que sea indistintamente válida en todos los tiempos y lugares. Lenguaje, costumbres, mentalidades, experiencias de vida y otros condicionantes imprimen distintivos inconfundibles en la articulación verbal y en la práctica de la fe. La contextualidad puede ser ignorada, pero no negada. Ella puede ser implícita, pasiva, no reflexionada. O puede ser conscientemente asumida, de lo cual resultaron las así llamadas “teologías contextuales”, por ejemplo la “teología latinoamericana”, “africana” y “negra”, entre otras. El redescubrimiento de la importancia del “lugar” de las teologías y de las Iglesias detectó las fuentes de nuevos o antiguos conflictos ecuménicos.
3. Los factores determinantes del contexto social suelen ser predominantemente de orden económica y cultural, y a veces se hallan en estrecha correlación. Las comunidades cristianas, localizadas en el barrio marginal o en barrio alto, aunque pertenecientes a la misma denominación, se distinguirán en su manera de ser y, probablemente, tendrán dificultades en la comunicación. Algo análogo se aplica a las diferencias culturales. La manera de ser asiática difiere de la manera de ser occidental, incluyendo los modos de vivir la misma fe. Ya pasó por ese problema la primera cristiandad al transponer los límites entre las culturas hebrea y helenística. Las dificultades son testimoniadas, entre otros, por el conflicto que hubo entre Pedro y Pablo en Antioquía. ¿Podría haber comunión de mesa entre cristianos judíos y cristianos griegos (cf. Gl 2.11s)? La diversidad de los contextos culturales ha sido la causa de un grave problema ecuménico, exigiendo la definición clara del evangelio.
4. No hay como evitar el contexto, respectivamente la contextualización de la fe. El evangelio quiere llegar cerca de las personas, penetrar en su mundo y promover la renovación exactamente allí. La exigencia de la opción preferencial por los pobres y la inculturación, cada cual a su modo, revelan la conciencia de esa necesidad. Ellas se confrontan con interrogantes ya ampliamente debatidos; por eso podemos dispensarnos de adentrarnos en la problemática. Basta constatar que hay cierto consenso en las corrientes teológicas actuales en el sentido de que la causa implícita en las propuestas tiene profundas raíces en el evangelio. La misión cristiana no puede pasar de largo por sobre la cultura de las personas a quienes se dirige, ni tampoco puede ignorar las condiciones materiales. La Palabra de Dios asume lo humano para comunicarse. Y lo humano es siempre concreto. El desprecio hacia el contexto social hundirá el mensaje en lo abstracto, logrando que ya no alcance a las personas.
5. La comunicación del evangelio exige, pues, su contextualización, o su “acomodación”, como antiguamente se decía. Pero esta tarea conlleva riesgos. La adaptación al contexto está sujeta al peligro de descaracterizar al evangelio. El “texto” podría ser tragado por el “contexto” al punto de perder así su identidad. Sea el contexto socioeconómico o sea el contexto cultural, en ambos casos la aproximación ilimitada equivaldría a renunciar a la fuerza crítica del evangelio. La solidaridad con los pobres, por más justa que sea, deberá tomar precauciones en contra de la amenaza de revertirse en complicidad con sus pecados; lo mismo sirve para la identificación con culturas diferentes. No hay cultura sin ambigüedades. Ya que el ecumenismo quiere construir puentes, desde muy temprano ha sufrido bajo la sospecha de favorecer y hasta promover el sincretismo. En este caso, la “acomodación” se transformaría en “conformación”, lo que tendría como consecuencia la dilución del evangelio. Ya hemos expuesto con anterioridad que se trata de un malentendido. Sin embargo, permanece la pregunta de ¿cómo evitar la confusión religiosa sin sacrificar, por otro lado, la contextualidad del mensaje evangélico en el altar de un estéril purismo doctrinal?
6. Debemos señalar, además, la necesidad de volver a discutir el significado de “sincretismo”. La teología cristiana, y así nos parece, no puede concordar con que la polémica trabada bajo este término obstruya el aprendizaje intercultural. La “inculturación”, o el “encuentro intercultural” como algunos prefieren, exige más que la simple adicción de los elementos simbólicos y de los credos. Y, sin embargo, no hay como ser “contextual” sin utilizar las categorías conceptuales que sean familiares a las personas. Lo mismo vale en relación con las tradiciones y las costumbres. Lo ilustra magistralmente el proceder del apóstol Pablo: en su afán de “conquistar” a las personas se volvió un judío a los judíos y un pagano a los paganos, sin renunciar a su identidad cristiana (cf. 1 Co 9.19-23). Teniendo en cuenta que las tradiciones culturales, muchas análogas a las obras de la ley, no salvan, ellas pueden perfectamente ser puestas al servicio del evangelio. En tal perspectiva, la alteridad de los participantes ya no representa más una amenaza, sino una oportunidad de enriquecimiento y ampliación de horizontes.
7. Entonces, ¿qué es lo que, a final de cuentas, une a la ecumene cristiana? La disparidad de los contextos, en que las comunidades cristianas viven, representa un desafío ecuménico sui generis. La contextualización particulariza la fe. Le da forma particular, nacida y conectada a una situación determinada. Puede aislar a la comunidad y redundar en una virtual incomunicación. El resultado de una contextualización absoluta será que la comunidad se estanque, se aísle, se pierda en la ecumene. Por ello la contextualización necesita del permanente recurso al “texto”, es decir, a la tradición común y normativa de la cristiandad, contenida en la Biblia y configurada en el evangelio. Es el mismo Cristo quien une a su Iglesia, tanto en la variedad doctrinal, como estructural y contextual. El carácter contextual de la teología no puede dejar de buscar la continuidad con el credo “original” de la cristiandad y encajarse así en su historia. La dimensión universal de la fe es tan importante en cuanto es inevitable su dimensión particular. La constatación resalta la relevancia del ecumenismo que, sin sofocar las particularidades, mantiene el vínculo con el cuerpo mayor de Jesucristo.
8. Resta decir que ninguna de las realidades, ni la global ni la particular, es inmutable. No son fatalidad alguna; todo lo contrario, el evangelio transforma contextos, aunque no los apague. Pretende compatibilizarlos. Y aunque estos ofrezcan resistencia, el amor es capaz de crear novedades. Hermana a las personas, reconstituyendo la familia de Dios y construyendo comunión en la diversidad. Ello se da en interacción dinámica de las realidades, local, regional y universal. Lo enseña, a su modo, el mundo globalizado que no puede prescindir de la particularidad de sus grupos componentes. Estos, por su parte, no pueden abandonar la comunión mayor, debiendo ser capacitados para la convivencia en justicia y pluralidad sostenible. Algo análogo se verifica en la Iglesia. Ella es universal, pero constituida de comunidades particulares. Con miras a la interdependencia entre las expresiones contextuales y universales de la fe cristiana, es tarea del ecumenismo trabajar como brazo del amor, lo cual significa cuidar que las coyunturas entre los miembros sean mantenidas o rehechas, siempre con el objetivo de asegurar la salud del cuerpo mayor.


Diálogo con el grupo

No hay comentarios:

Publicar un comentario